Mientras lo escuchaba, sentí que el corazón se me partía.
En ese momento, frente a él, yo parecía una miserable ladrona.
Me quedé callada.
Carlos me miró con una expresión de odio.
Los tres seguimos en silencio.
Mateo se recostó en la silla, mirando fijo la puerta del quirófano.
Su cara pasaba de tristeza a rabia y luego a una melancolía profunda.
Seguro pensaba que, si no le hubiera quitado ese riñón, la que estaría recibiendo el trasplante sería su madre, y todavía habría esperanza de que viviera.
Pero esa esperanza ya se había apagado.
Pasó casi una hora antes de que la puerta del quirófano volviera a abrirse.
Vi cómo Mateo se enderezaba y cómo Carlos se levantaba rápido.
Yo estaba más cerca y corrí enseguida.
Esta vez el que salió fue Bruno, y al hacerlo la puerta quedó abierta y los médicos empezaron a salir.
¿La operación había terminado?
¿Y mi mamá?
Miré hacia adentro con ansiedad. Entonces Bruno se quitó el tapabocas y dijo con voz grave:
—Perdón, la cirugía fracasó.
Sentí como