Lo miré, sorprendida.
—¿Tu novia por fin quiere vernos? No me digas que no le contaste que yo iba a ir contigo.
Mi hermano se molestó de inmediato y dijo:
—Claro que le dije que vendrías. Al principio dijo que no era buena idea, que su casa estaba hecha un desastre y no quería darte una mala impresión. Después le expliqué que eso no te importaba y aceptó. Pero mírate… otra vez estás pensando lo peor de ella.
Le lancé una mirada de reojo, sin ganas de seguir hablando.
Con lo mucho que la defiende, todo lo que pudiera decir iba a parecerle malo.
En fin, me conformo con que pueda conocerla.
Ojalá sea honesta con él, así lo del riñón también me daría confianza.
Al mediodía, mi hermano me sacó a dar una vuelta.
Apenas subimos al carro, sonó el teléfono: era Mateo.
—¿Qué estás haciendo? ¿Almorzamos juntos? ¿Quieres que pase por ti? —preguntó con ese tono cariñoso que me derretía.
Sonreí sin darme cuenta.
—Hoy al mediodía no puedo, tengo algo que hacer. Pero acuérdate de comer bien.
—…Ah —son