Sin pensar, entré al consultorio y le hablé al doctor.
Mi mamá me miró, totalmente sorprendida, y me dijo con voz temblorosa:
—Aurorita... ¿qué haces aquí?
La miré fijamente, y de inmediato sentí cómo se me aguaban los ojos. El corazón me dolía, me dolía mucho.
Con razón esos días su mirada tenía una tristeza que no se iba.
Con razón siempre decía que le dolía estar lejos de nosotros.
Yo pensaba que era por la traición de mi papá, que la había dejado destrozada... pero no, era porque estaba muy enferma.
Y en ese tiempo, no estuvimos con ella.
Además, con mi papá comportándose así... debió sentirse completamente sola y llena de miedo.
La abracé fuerte, y le dije:
—¿Cómo pudo pasar esto, mamá? ¿Por qué no me dijiste antes?
Mi mamá me acariciaba la espalda, también llorando sin parar.
—Ya no hay cómo curarlo... ¿cómo iba a decírselos? Lo que más quiero es que tú y tu hermano estén bien. Si ustedes son felices, puedo irme en paz...
—No, no vas a irte a ningún lado, mamá.
Me separé un poco