Cuando llegué a la puerta del cuarto, ni cuenta me di de que el piso estaba resbaloso.
De repente el pie se me fue, y casi me caigo al suelo.
—¡Cuidado! —gritó Sayuri.
En ese mismo instante, alcancé a agarrarme del marco de la puerta y logré estabilizarme. Así evité darme un golpazo.
Aun así, terminé sentada en el piso, pero como no fue una caída fuerte, no me pasó nada.
—¿Estás bien? —Sayuri ya estaba junto a mí, preocupada.
En verdad, sus piernas no tenían nada serio; solo que por tantos años de enfermedad su cuerpo estaba demasiado débil y por eso usaba silla de ruedas.
En su cara se notaba la preocupación genuina mientras me ayudaba a ponerme de pie.
—¿Estás bien? No me asustes.
Cuando me levanté, pasé la mano por el suelo.
No era agua... ¡era aceite!
Alguien lo había tirado a propósito justo en la entrada.
De inmediato pensé en Camila y la miré fijamente, con un odio que no pude ocultar.
Ella estaba parada detrás de Sayuri, viéndome con una sonrisa malvada. Sus ojos eran como los