Mateo guardó el celular, me tomó de la mano y sonrió:
—Listo. Vamos, volvamos a casa.
Aunque sonreía, en su mirada aún se notaba algo de preocupación.
Y era lógico. Puede que no quisiera a Camila como pareja, pero todavía había un lazo como de hermanos.
Además, Camila sí estaba enferma, así que era normal que le preocupara su salud.
Justo cuando Mateo encendía el auto, le dije con una sonrisa:
—Ve a verla. Si de verdad le está pasando algo, te sentirías culpable toda la vida.
Mateo me miró serio:
—Ya lo dije: no volveré a dejarte sola. Hoy dije que te acompañaría, y eso voy a hacer.
—Lo sé —le respondí, sonriendo.
—Por eso iré contigo a verla. Después volvemos juntos.
Mateo se quedó un poco sorprendido.
Le hablé con toda seriedad:
—Si tú la ves como una hermana, entonces ella es de la familia. Y si está enferma, como cuñada, yo también debería ir a verla, ¿no?
Al escucharme, Mateo me miró con una expresión rara:
—¿Ya no estás celosa de ella?
Le respondí, riéndome un poco:
—Tú mismo dij