—¡Aurora! —volvió a gritar mi nombre. Escuché en su voz cómo él sentía que esto era injusto, y sus ojos rojos daban la impresión de que estaba a punto de llorar.
En ese instante, quedé sorprendida.
Mateo, el siempre orgulloso Mateo, ¿realmente estaba tan afectado por unas simples palabras mías que parecía al borde de las lágrimas?
Verlo así me hizo bajar la guardia. Ya no pude seguir tan firme.
—Piénsalo bien —le dije con tono serio.
—Espero tu respuesta antes de que cierre el registro civil hoy.
—¿Por qué nunca confías en mí?
Estaba por abrir la puerta del auto cuando escuché su voz a mis espaldas.
Fue un susurro, muy apagado, pero lleno de una tristeza y amargura difíciles de ignorar.
No le temo a su indiferencia. No le temo a su rabia. Pero sí me desarma cuando se muestra herido, como si yo le hubiera hecho daño.
Apreté la manija de la puerta, me giré y lo miré.
Sus ojos seguían rojos, incluso más que antes, mientras me miraba intensamente.
—Te lo dije: Camila es solo mi hermana. ¿