—¡Ya no más! —le grité de repente antes de que terminara de hablar. Toda la frustración que llevaba acumulada estos días explotó.
—¡Siempre me echas la culpa! ¡Y ni siquiera fui yo la que quiso venir a ver a tu madre! ¡Fue ella la que me llamó y me pidió que viniera! Es tu madre, yo respeto a los mayores, ¿cómo iba a negarme? ¿Por qué todo tiene que ser mi culpa siempre?
Sentía los ojos arder, con un nudo en la garganta. Toda la tristeza y el resentimiento encontraron por fin una salida.
Lo miré fijamente, conteniendo las lágrimas.
Mateo apretó los labios. Se veía incómodo.
No tenía ni una pizca de ganas de seguir discutiendo con él.
Si su corazón ya estaba del lado de Camila y su mamá, entonces nada de lo que yo dijera tenía sentido.
Respiré profundo, me giré y fui a abrir la puerta del auto.
Pero él volvió a sujetarme antes de que pudiera bajarme.
Y sin darme tiempo a reaccionar, me agarró de la nuca y me besó con pasión.
Por instinto, empecé a forcejear, dándole puñetazos en el pec