Volví a abrir la puerta del auto, y al ver lo pálido que estaba, suspiré y dije:
—Deja de hacerte el fuerte conmigo. Lo más importante ahora es tu salud.
Apenas pronuncié eso, sus ojos volvieron a enrojecerse.
Giró un poco la cara, lleno de orgullo herido y terquedad. De repente, me recordó a ese adolescente sensible y con el ego por las nubes que alguna vez fue.
Le extendí la mano:
—Está bien. Nuestros problemas podemos hablarlos luego. Primero veamos a un médico.
Él apartó mi mano bruscamente y, con una sonrisa amarga, dijo:
—A veces yo también pienso que estoy enfermo. Que no soy normal. Muchas veces... muchas veces quiero decir que te amo, que me importas, que me preocupo por ti. Pero lo único que sale de mi boca son palabras que te hieren. ¿De verdad crees que no me duele cuando te lastimo? Quizá simplemente no sé cómo amar. No sé hacerlo bien. Solo sé enojarme. Cada vez que te veo con Javier o con Michael, me muero de celos por dentro. Antes, de niños, tú querías a uno. Después,