Me giré para mirar a Javier.
Pensé que hoy, si había venido a ver a Michael, era para disculparse con él.
Pero no dijo absolutamente nada.
Mantenía la mirada baja, los labios apretados y una expresión tan indiferente que daba miedo.
Suspiré sin decir nada más, solo esperé en silencio.
Después de que Michael se fue, Javier se quedó sentado en la silla unos diez minutos antes de levantarse y decirme con seriedad:
—Vámonos.
Apenas salimos del centro de detención, nos topamos de frente con Mateo.
Abrí la boca. Quise hablarle por puro instinto, pero esa mirada penetrante hizo que la voz se me quedara atorada en la garganta.
Detrás de él venían Miguel y la madrastra de Mateo.
En cuanto ella nos vio a Javier y a mí, puso una cara de odio puro y gritó:
—¿Qué hacen ustedes dos aquí? ¿Vinieron a burlarse de mi hijo o qué?
Javier no le hizo caso. Solo miró a Mateo, con una sonrisa sarcástica:
—Veo que sigues siendo de corazón blando. Michael casi te mata y en la familia Bernard nunca te han trata