No pude dormir en toda la noche.
A la mañana siguiente, cuando me levanté, no me sentía nada bien.
Javier me llevó primero a desayunar cerca de allí, y luego manejó de regreso hacia Ruitalia.
Cuando el auto entró en la zona urbana de Ruitalia, Javier me preguntó:
—¿A dónde quieres ir?
Bajé la mirada y miré el celular.
El mensaje que le había enviado a Mateo por la mañana seguía sin respuesta, y tampoco atendió mis llamadas.
No había ni un solo mensaje ni llamada en mi pantalla. Parecía como si mi teléfono no tuviera señal.
Miré por la ventana, triste, sin saber a dónde regresar.
Era obvio que Mateo no quería saber nada de mí. Si iba a buscarlo ahora, probablemente tampoco me recibiría.
Javier me lanzó una mirada y suspiró:
—Como no sabes a dónde ir, acompáñame a ver a Michael.
Me sorprendí:
—¿Vas... a ver a Michael?
Javier no respondió, solo giró el volante, yendo hacia el centro de detención.
Lo vi tan serio, pensando que, después de todo, todavía quedaba algo de afecto entre él y Mic