Ya no tenía fuerzas para seguir luchando.
Sabía que nadie iba a venir a salvarnos, ni a Mateo ni a mí.
Miré a Mateo, tendido en el suelo, empapado en sangre. Lo único que sentía era una tristeza tan grande que me dolía el pecho.
Siempre había querido alejarme de ese hombre. Siempre lo rechacé.
Pero si lo que él decía era cierto… si las personas que yo pensaba que eran buenas solo me habían usado, entonces él era el único que fue honesto conmigo.
Y ahora, iba a perder la vida por mi culpa.
Seguía llorando lágrimas de remordimiento. Quería decirle “perdón”, pero esa palabra se me quedó atascada en la garganta.
Mateo me miró, forzando una sonrisa débil, y susurró:
—No tengas miedo.
Sentí el corazón hecho trizas.
Miré con rabia a Michael y Javier.
—¿Qué esperan? ¡Mátenme ya! ¡Si tienen huevos, mátenme ya mismo!
—¡Cállate! ¡Morirte es lo más fácil! —gritó Michael, volviendo a jalarme la ropa.
Entonces Javier habló con calma:
—¿Qué haces?
Michael se detuvo, inquieto, como si temiera que Javi