—Ja... De verdad eres una cualquiera. Ya te pusiste a temblar, ¿no?
Cada paso que daba hacia mí me congelaba por dentro.
—¡Aléjate! ¡No me toques, lárgate! —le grité, con la garganta hecha trizas.
—¿No que querías que me apurara? Aquí estoy. Además, quiero que mi hermano vea bien cómo te hago disfrutar —dijo, poniéndose detrás de mí. Me jaló del cabello hacia atrás y, con la otra mano, arrancó el cuello de mi blusa de un tirón.
El frío que sentía en los hombros no era nada comparado con el que se me metía en el alma.
—¡Suéltala!
Mateo rugió como un animal, usando sus últimas fuerzas para lanzarse sobre Michael.
Pero en un instante, los guardaespaldas lo derribaron y lo sujetaron contra el piso.
Michael, besando mis hombros, se rio en la cara de Mateo, aplastado en el suelo.
—Aunque las mujeres nunca me han llamado la atención, por la tuya voy a hacer una excepción. Lo que no entiendo es por qué te obsesionaste tanto con el cuerpo de esta mujer. Hoy mismo voy a comprobar si es tan buena