— Muy bien… perfecto… —Michael dijo, antes de soltar una risa que me heló la sangre.
—¡Los dos están enamorados de ella! ¡Perfecto!... Entonces… ¡voy a matarla!
Gritó como un demente, levantando el cuchillo y lanzándose hacia mí.
Pero en ese mismo instante, un disparo sonó, mezclado con un grito lleno de dolor.
La hoja del cuchillo se detuvo a unos centímetros de mi cabeza.
Vi cómo la sangre empezó a brotar del abdomen de Michael.
Javier había disparado. Le dio directo en el estómago.
Me quedé sin palabras, con mi corazón a punto de explotar por el susto.
—¡Aurora! —Mateo, tambaleándose, intentó correr hacia mí. Su cuerpo estaba empapado en sangre y su cara, pálida, era solo miedo y desesperación.
Apenas pudo dar unos pasos antes de volver a caer al suelo.
Grité su nombre, luchando con las manos atadas, incapaz de ayudarlo.
Michael, sangrando, se giró despacio hacia Javier y le susurró, con incredulidad y tristeza:
—¿Tú me disparaste… por ellos?
—Te diré la verdad. Siempre te he estado