—¿Al extranjero?
Me quedé mirándolo, sorprendida.
La mirada de Michael cambió. Se hizo más cariñosa, más tranquila.
Me tomó la mano y me habló bajito, como si tuviera miedo de arruinar el momento:
—Cuando lleguemos allá, vamos a tener una vida nueva. Todo va a ser diferente, Aurorita. Quiero que vengas conmigo. Mateo está loco, siempre te hace daño, siempre te hace llorar. Pero yo no soy así. Tú fuiste la primera mujer que de verdad me hizo sentir algo bonito. Esta vez, te lo juro, no voy a dejarte sola. No dejaré que nadie te haga daño nunca más.
Sus ojos me miraban fijamente, llenos de sentimiento y promesas.
Por un instante, casi le creí. Por un momento, quise irme con él, dejarlo todo atrás y empezar de nuevo.
Pero, al pensar en Mateo, una punzada amarga me atravesó el pecho.
Siempre había querido huir de todo lo que Mateo me hacía, de su control, de sus gritos.
Pero ya en la puerta de salida, descubrí que, en el fondo, algo me detenía.
Michael se dio cuenta y se rio con amargura.