Mateo me miraba en silencio. Sus ojos tenían una intensidad que me ponía incómoda. No pude evitar dar dos pasos hacia atrás.
Sintiendo una presión en el pecho, le dije:
—¿Por qué me miras así? Ven, dime algo.
Mateo se rio en mi cara y dijo con burla:
—¿De verdad crees que yo tengo que ayudarte a recordar lo que a ti se te olvidó?
—No, o sea... Sé que tengo mala memoria, pero no lo olvidé a propósito. Podrías explicarme un poco, darme alguna pista. Así tal vez lo recuerde. No hace falta que me hables tan feo —respondí.
Mateo se veía todavía más molesto, y su voz fue aún más cortante:
—Tú fuiste la que lo olvidó, pero parece que además te molesta. Vaya... Aurora, eres una mujer sin corazón, en serio eres basura.
No dije nada.
Ese tono suyo, tan seco y dolido, me hizo pensar si de niña le prometí algo muy importante.
Pero no debería ser así.
Siempre he sido muy torpe con los sentimientos. Incluso ahora, de adulta, los temas de amor nunca me han interesado mucho.
¿Cómo podría ser que de n