—¿En serio crees que te odio tanto solo por esa vez que me insultaste?
De inmediato, Mateo me apretó la cintura.
Me miraba intensamente, en sus ojos no solo había resentimiento y rabia, sino también algo más… ¿dolor? Como si yo hubiera hecho algo que de verdad no podía perdonar.
Mi cuerpo estaba agotado, y mi corazón todavía más.
Lo miré con resignación y pregunté:
—Mateo, ¿qué es lo que piensas de verdad? ¿O qué fue lo que hice para que me odies así? Dímelo de una vez, ¿quieres?
Esa pregunta… creo que ya se la había hecho antes.
Pero él nunca quería responder. ¡Jamás!
Siguió mirándome, con sus ojos oscuros y el cuerpo tenso.
Pasó un buen rato antes de que hablara:
—Las cosas de la infancia… ¿ya se te olvidaron?
Me quedé impactada, confundida:
—¿Infancia…? ¿Nos conocíamos de niños?
Mateo sonrió con amargura:
—¿Ves? Lo olvidaste… y por completo, además.
—Mateo… Ma-…
Quise seguir preguntando.
Pero él no me dio oportunidad. Me puso de inmediato bajo su cuerpo y comenzó otra ronda de torme