Pero él, en vez de dejarme ir, me agarró la espalda y no me dejó mover ni un centímetro.
Empezó a reírse. Su cara seguía viéndose elegante, pero en sus ojos había algo oscuro, como si disfrutara de verme incómoda.
Agarró mi mano y la llevó por su abdomen, bajando despacio.
Me puse roja en un segundo, sentí que los dedos me ardían y traté de quitar la mano.
Él se acercó a mi oído, su voz baja, ronca y pícara.
—Así es como se complace a un hombre, así se siente bien, ¿ya ves?
Me quemaba la cara hasta el cuello, quería que la tierra me tragara.
Esa sonrisita me dio ganas de insultarlo, pero las palabras se me atoraron.
Al final, fui yo la que empezó, aunque fuera solo para convencerme a mí misma.
Recordé que tenía que conseguir algo de él, así que, tragándome la vergüenza, le susurré:
—Si te gusta así... voy a hacerlo así solo por ti...
Pero mis manos seguían igual de torpes, acariciando casi al azar.
Noté que su mirada se hacía más y más penetrante, todo su cuerpo estaba tenso, como si e