Grité, sorprendida, mientras trataba de apartarlo.
—¡Señor Dupuis, por favor, respétese!
Waylon sacudió la ceniza del cigarro y me habló, con una sonrisa cargada de burla:
—Tu querido Mateo no sabe apreciar a una mujer hermosa. Déjame a mí hacerlo por él, ¿no te parece mejor?
—¡Señor Dupuis! —le dije en voz baja pero firme, mostrando claramente mi enfado.
Él se rio un poco:
—Por cierto, ¿no dijo Mateo que esta noche se esforzaría por hacerte un hijo? A juzgar por la situación, parece que ahora mismo está intentando hacerle uno a esa niñita delicada, ¿no?
Chasqueó la lengua y sacudió la cabeza con fingida pena:
—Mírate. Después de todo lo que te han hecho, no sólo no te enojas, sino que sales en medio de una tormenta de nieve a comprarle medicinas a tu rival. Señorita Cardot, eres la prueba de que amar duele. Y humilla.
Lo miré fijamente y respondí:
—Señor Dupuis, está equivocado. Esto no tiene nada que ver con orgullo o humillación. Soy la asistente personal de Mateo, y como tal, cumpl