Nunca pensé que fuera tan buena persona como para comprarle el medicamento y llevarlo, toda preocupada por que él esté bien.
Dios mío, Aurora, ¿te volviste loca?
Ya no quiero nada con Mateo.
Aunque esté enfermo y tenga un dolor terrible, no quiero preocuparme más de la cuenta.
Tiré el medicamento a la basura, saqué mi silla y seguí trabajando.
Al mediodía, al salir del trabajo, Mateo y Camila salieron juntos de la oficina del presidente.
Camila me lanzó una mirada, luego le preguntó a Mateo:
—Mateo, ¿a dónde vamos a comer hoy? Mira que la señorita Aurora está delgada y pálida estos días, ¿por qué no la invitas a que venga con nosotros?
Qué fastidio, Camila otra vez buscando problemas.
Miré a Lucy, que estaba guardando su bolso, y le dije:
—Espera un momento, voy contigo a la cafetería.
Lucy se sorprendió un poco, miró hacia donde estaba Mateo, y me sonrió sorprendida:
—¿Tú también vas a la cafetería?
—Sí, vamos directo a la cafetería. Así después de comer podremos descansar un rato, qu