Estaba tomando la sopa cuando Mateo soltó esa bomba. Me asusté tanto que casi me atoro.
Mateo me pasó una servilleta tranquilamente, clavándome esos ojos que parecían querer sacarme todos mis secretos.
Intenté calmarme mientras me limpiaba la boca y le contesté:
—¿Y qué sé yo? Solo sé que no estoy embarazada.
Mateo pareció enojarse, mirándome como si quisiera leer mi mente:
—La última vez en el hospital escondiste unas pastillas...
Se me aceleró el corazón. ¿Había descubierto que tomaba medicamentos para el embarazo?
¿Era tan listo?
—Esas pastillas no serán anticonceptivas, ¿cierto?
¡Ay!
Me puse nerviosa y justo cuando estaba por explotar de los nervios, Mateo siguió hablando como si nada.
Lo miré confundida y le contesté, tratando de sonreír:
—No eran, solo eran vitaminas con calcio, ya sabes, para estar fuerte.
—Si no es eso, ¿entonces por qué no has quedado embarazada? —preguntó sin quitarme los ojos de encima, como si no fuera a parar hasta tener la respuesta.
Esa pregunta me ponía