De pronto, un grito agudo resonó desde dentro del cuarto.
Enseguida, todos miramos hacia adentro al mismo tiempo.
Yo también, empujada por la curiosidad, me asomé a mirar.
Pero, en cuanto vi lo que había dentro, me arrepentí al instante. Solo un vistazo bastó para que el estómago se me revolviera de puro asco.
Me giré rápido y vomité contra la pared.
Era un dedo. Ya estaba medio podrido, y en él se movían pequeños gusanitos.
Por primera vez en mi vida, no quise tener tan buena vista. Lo vi todo con demasiado detalle.
Con solo pensar en ese dedo repugnante, las náuseas volvieron.
Me sentía fatal. Mi estómago estaba completamente vacío, pero el asco no se iba.
—¡Dios mío! ¿Esto es un dedo? ¡Qué horror!
—Uf, mira que robar está mal, pero ¿hacerle esto a alguien? ¿Tanto los odiaban?
—¿Y qué habrá sido de esa madre y ese hijo? ¿No los habrán…?
—Shhh… aquí la seguridad no es muy buena, mejor tener la boca cerrada.
Apoyada en la pared, aún débil, de pronto recordé algo que Mateo dijo esa noch