Cuando dije esas palabras, ya había tomado una decisión definitiva; iba a deshacerme del bebé que esperaba en secreto y después me quedaría con Mateo, como si nada hubiera pasado en realidad. Ya no quería darle más vueltas al resto de las cosas y, sobre ese video, solo me quedaba apostar a que Javier todavía tuviera aunque fuera un poco de conciencia.
Mateo sonrió cuando escuchó mi respuesta. Me pasó el brazo por los hombros y me dijo:
—Vamos a comer algo, cariño.
No me llevó a ningún restaurante lujoso, sino que fuimos a un mercado nocturno que estaba lleno de gente y de vida. Había muchísimos puestos en la calle y, aunque las noches de principios de primavera seguían siendo frías, el lugar estaba atascado de personas.
De los puestos de comida salía vapor y, con las luces cálidas de los focos, todo el ambiente se sentía muy acogedor. Mateo me llevó de la mano hasta un puesto de fideos y me preguntó qué se me antojaba. Miré lo que tenían y al final pedí una sopa de mariscos, mientras