Cuando regresé al cuarto del hospital, los dos niños ya estaban bostezando sin parar y tallándose los ojos. Era lógico, pues ya pasaban de las nueve y era hora de que se durmieran.
Mateo me sonrió y me estiró la mano; yo caminé hacia él de forma natural y entrelacé mis dedos con los suyos. Me levantó la mano, besó el dorso y dijo, con una sonrisa algo resignada:
—¿Y ahora qué vamos a hacer? A estos dos pequeños ya les dio sueño. ¿Tú también tienes sueño? ¿Por qué no los llevas de regreso a la casa para que descansen?
—¿Y tú qué vas a hacer? —le pregunté. Durante estos días había sido Alan el que se había quedado cuidándolo; hoy él no estaba y, si yo también me iba, ¿no se iba a quedar solo toda la noche? ¿Y si pasaba algo? Pensando en eso, moví la cabeza de un lado a otro y le propuse—: ¿Y si esta noche nos quedamos todos aquí contigo?
Era una habitación VIP de lujo que tenía de todo; además había otra cama al lado y con los dos niños dormíamos perfectamente.
—Yo me quiero quedar aquí