Las puertas del elevador se abrieron. Yo salí tomada de la mano de los dos pequeños.
Embi me miró, confundida:
—Mami, ¿por qué le dijiste mentiras al papi? Además yo no te pedí que me contaras un cuento.
Me incliné para besarle la frente.
—Porque quiero darle una sorpresa a tu papi.
Embi se confundió aún más y miró a Luki.
Luki, medio dubitativo, respondió:
—Es como… mami dice que no va a venir, papi se pone triste, y cuando llegamos de repente, él se pone más feliz todavía. Mmm… creo que es así.
Yo reí y les acaricié la cabeza. En esos días sin verlos, los dos parecían haber crecido, especialmente Luki, que estaba más maduro.
Cuando los llevaba de la mano rumbo a la habitación de Mateo, Embi se detuvo de pronto. Señaló hacia la sala de espera y dijo:
—Ese parece Javier. ¿Por qué Javier también está en el hospital?
Mi corazón dio un salto. Miré hacia donde ella señalaba y, en efecto, ahí estaba Javier. Permanecía sentado en un rincón, observándome fijamente. La luz en ese lado era tenu