De repente, Javier habló, con su voz grave y amenazante.
Yo sonreí sarcásticamente.
Que él mismo dejara que me fuera… era increíble.
Pero claro, él estaba convencido de que, con mi carácter, ya nunca podría estar con Mateo.
Creía que ya había logrado su objetivo: separarnos.
Y como ya había conseguido lo que quería, ya no le importaba a dónde fuera yo.
Eso no era amor.
Era celos.
Celos de Mateo.
Lo miré a los ojos.
—¿Tanto te gusta alejarme de Mateo? ¿Sin importar qué tengas que hacer?
La mirada de Javier era penetrante y obsesiva, casi enfermiza.
No seguí hablando.
Apoyándome en la pared, me acerqué despacio a las escaleras.
Detrás de mí, volví a escuchar su voz de psicópata:
—Algún día… vas a volver a mi lado.
Me reí con desprecio.
¿Cómo podía ser posible?
Preferiría morir antes que estar con él.
Aunque ya nunca pudiera volver con Mateo y terminara sola toda la vida, jamás estaría con Javier.
La casa de Javier se sentía como un pozo sin fondo, lleno de recuerdos que no podía soportar