El tubo de crema salió volando y se estrelló directo contra alguien que acababa de aparecer en la puerta.
La empleada se levantó rápido y, nerviosa, dijo:
—Javier, e-ella no quiso la crema… y además se arrancó el catéter, yo…
—Sal de aquí —dijo Javier, serio.
La empleada asintió rápido y salió corriendo.
Javier se agachó, recogió el tubo del piso y se acercó con una sonrisa tranquila.
—Ustedes, las mujeres, siempre quieren verse bonitas, ¿no? Esta crema…
—¡Lárgate, me das asco! —le grité con rabia.
Javier no se molestó; dejó la crema en la mesa y agarró el tazón de sopa.
—Estás muy débil. Aunque te pusieron suero, tienes que comer algo o te vas a desmayar. Ven, deja que te dé…
—¡Te dije que te largues!
Le pegué un manotazo al tazón; rodó por el piso y la sopa se regó por todos lados. Javier miró el reguero y apretó los dientes; se notaba que estaba molesto, pero igual seguía con esa expresión de niño bueno falsa. Me sonrió.
—Ya, Aurora, no hagas berrinche. Te puedes enojar conmigo, p