Alan e Indira corrieron hasta la camilla.
—Mateo, Mateo… —gritó Indira, ansiosa, pero él no reaccionó.
Alan miró al médico y le preguntó:
—Esta mañana dijeron que ya no corría peligro y ahora lo atendieron otra vez. Ya no debería haber ningún problema grave, ¿cierto?
El médico asintió.
—Sí, no hay peligro de muerte, pero la herida es profunda y está muy cerca del corazón, así que necesita tiempo para recuperarse. Pueden ir adelantando los trámites de hospitalización.
—Bien, voy ahora mismo. —Alan salió rápido, pero antes de irse me miró muy serio—: Hasta que Mateo despierte, no te vas. ¿Me oíste?
No dije nada; me quedé mirando fijo la cara pálida de Mateo mientras sentía un dolor horrible en el pecho. Ese cuchillo había estado tan cerca de su corazón… Un poco más y él… ¿Por qué era tan terco? ¿Por qué siempre tenía que ponerse en medio del peligro para protegerme? ¿Y yo? ¿Qué había hecho anoche? Me acerqué despacio, estiré la mano para tocarle la mejilla fría, pero Indira me la apartó