El salón de la boda estaba decorado de forma muy lujosa; por donde mirara, todo brillaba como un diamante. Había vino y champaña en abundancia, y hasta lo que había en la mesa de aperitivos era carísimo.
En la enorme pantalla LED se proyectaban las fotos de boda de Carlos y Camila. Nadie imaginaba que, mientras lucía pura y elegante en su vestido blanco, Camila estaba, en realidad, revolcándose con tres indigentes sucios.
Mi llegada como novia hizo que el salón se calmara un poco. Levanté la mirada y eché un vistazo por ahí. Sin querer, crucé miradas con Mateo. Él me observaba intensamente, con la mano apoyada en la mesa, cerrada en un puño. Parecía que, si yo de verdad me atrevía a casarme con otro hombre, él de inmediato subiría al escenario para detener la boda. Lo sabía: él siempre era el que más se contradecía. Decía que no le importaba, actuaba como si no le importara, pero en el fondo... le importaba demasiado. Ya casi, Mateo. Cuando Bruno saliera a señalar a Camila, todo iba a