Tuve que aguantarme la risa.
En ese momento, Camila debía de estar "pasándola bien" con esos tres indigentes. Deslicé la mirada hacia la cuenta regresiva para el inicio de la ceremonia.
5, 4, 3, 2, 1...
Algo inesperado apareció en la gigantesca pantalla.
—¡Ah! —un grito acompañó el momento.
Empezaron a escucharse arcadas y ruidos, mezclados con las risas asquerosas y morbosas de varios hombres. La ceremonia estaba programada exactamente a las doce del mediodía, por eso yo había ordenado a Miles que iniciara la transmisión en directo justo a las doce.
Todos los invitados voltearon a mirar, confundidos primero, luego horrorizados y avergonzados. Parecían no reconocer a la protagonista del video, hasta que alguien gritó:
—¡Dios mío, esa... ¿esa no es Camila?
—¡Ay, padre santo, sí es ella! ¿Pero cómo es posible? ¿Ella no es la novia?
—Camila... ¿qué hace? ¿Y esos tres quiénes son? ¡Dios, qué vulgaridad, qué vergüenza!
Se escuchaban murmullos por todas partes: de impacto, de asco, de cu