Camila abrió mucho los ojos, tiró la copa al suelo y gritó:
—¡No inventes cosas! ¿Cuándo te he hecho daño yo? Solo pedí que trajeran unos pastelitos y bebidas para ti, ¿eso también cuenta como hacerte daño? En cambio tú... tú trajiste a estos guardaespaldas, hiciste desaparecer a los míos y a los de mi hermano, ¿qué es lo que planeas? ¡Te advierto que si me tocas un solo pelo, mi hermano no te lo va a perdonar!
Estaba llena de rabia. Yo la observé unos segundos, tratando de confirmar si la copa que había bebido de verdad contenía lo que ella misma había preparado. Y justo entonces, Camila dio un paso hacia atrás, tambaleándose.
De inmediato, me alivié.
Me acerqué fingiendo preocupación y confirmé cuando la toqué que su piel estaba ardiendo.
—Ay, Camila, ¿qué te pasa? —pregunté, fingiendo estar alarmada.
Ella me miró sin poder creerlo y luego vio la copa rota en el suelo.
—No... imposible... ¿cómo puede ser...? —murmuraba.
La dosis que ella solía usar era muy fuerte, por eso el efect