Camila se estremeció y terminó dejándose caer en la silla. Me gritó con desesperación:
—¡Maldita! ¡No puedes hacerme esto! Si mi hermano y Carlos se enteran, ¡no te lo van a perdonar, jamás!
Yo me reí con indiferencia y añadí con sarcasmo:
—Pero si todo esto era tu propio plan. Tú caíste en tu propia trampa. No creo que ellos me culpen a mí, y aunque lo hicieran, me da igual. Hace mucho que Carlos dejó de ser mi hermano y Javier nunca será mi esposo. Para mí, ya no significan nada.
Hice un gesto a los guardaespaldas para que se acercaran. Cuando los vio venir, Camila solo los miraba, llena de terror. Pero el efecto de la droga que ella misma había preparado ya estaba haciendo estragos. Cuando los guardaespaldas intentaron sujetarla, ella incluso se aferró a uno de ellos, se pegó a su cuerpo e intentó besarlo.
—A... ayúdenme... —susurró, con su cara "inocente" ahora teñida de un rojo encendido que la hacía ver demasiado provocadora.
Para un par de hombres sin autocontrol, verla así serí