Javier mantuvo la cara inexpresiva y dijo con calma:
—Señor Dupuis, exagera. Sin embargo, ya tuvo un altercado con mi prometida, y justo ahora casi la choca. Por lo tanto, debo cuestionar su propósito al asistir a la boda. Por la seguridad de mi prometida, no puedo permitirle entrar. Espero que lo entienda.
Era demasiado irónico. ¿Por mi seguridad? Todo era por la seguridad de su querida hermana Camila.
Como yo no decía nada, Waylon se rio un poco:
—Aurora, tú y yo somos más o menos amigos, ¿no? Y mira: tu futuro esposo ni siquiera me deja entrar. Si no respeta a tus amigos, tampoco te respeta a ti. A mí no me molestaría que te buscaras a otro.
Javier lo miró fijamente, muy serio:
—Hoy me caso con Aurora. Le recomiendo que mida sus palabras.
Waylon se le rio en la cara. Entonces miró de reojo la camioneta que había bloqueado la suya. De repente, sus ojos brillaron.
Mi corazón dio un vuelco. ¿Ahora qué pensaba hacer? Ese hombre podía ser manipulable en ciertos momentos, pero era imposib