Waylon se bajó del auto y hasta me saludó con una sonrisa, una arrogante y provocadora.
Yo lo miré con frustración. Ese hombre estaba loco: ¿a quién se le ocurría intentar atropellar a alguien solo porque le dio la gana? Si no lo conociera, ya me habría matado del susto.
—Perdón, Aurora, me distraje un momento y casi te atropello. ¿Estás bien? —me dijo Waylon, con una sonrisa desganada y un cigarrillo entre los dedos.
Javier se molestó y me miró:
—¿Estás bien?
—Sí —contesté rápido.
Entonces él miró a Waylon:
—¿De verdad fue un descuido? Porque me pareció que venías directo hacia mi prometida a propósito —le dijo, serio.
—Ja, ja, ja, no seas injusto —se rio Waylon—. ¿Cómo voy a querer atropellar a Aurora? Somos viejos conocidos. Hasta vine especialmente a su boda.
Javier se molestó aún más:
—No recuerdo haberte invitado.
—No me invitaste tú —respondió Waylon con naturalidad—, pero Aurora sí. Te lo dije: lo que tenemos no es para nada común. ¿Verdad, Aurora?
Quise suspirar; este tipo…
S