Mateo suspiró, como si sintiera alivio, pero de repente me empujó:
—No... te gusta Javier, tú... no tienes que obligarte por mí...
Evidentemente, aún no tenía confianza en nuestra relación.
Seria, lo miré y le dije:
—No es obligado, Mateo, lo hago porque quiero, de verdad. Porque te quiero a ti, siempre te he querido a ti, solo a ti.
Después de eso volví a besarlo. Esta vez él no me empujó.
Como si finalmente hubiera liberado todo lo que contenía, me agarró del cuello con sus manos y me besó con intensidad, tomando el control. No sabía cómo, pero acabamos en la cama. Él se recostó sobre mí y, en sus ojos, esa tensión y autocontrol volvieron a aparecer. Lo sentí respirar en mi pecho y lo abracé por el cuello para besarlo.
Me acerqué a su oído y susurré:
—Tonto, solo me gusta hacer estas cosas contigo, siempre... siempre quiero estar contigo así...
Estas palabras parecieron haberle dado un impulso inmenso. Ya no tenía dudas; no tenía que resistirse.
En un abrir y cerrar de ojos, él m