Justo cuando me estaba alejando, Mateo me agarró la mano de repente, envolviéndola con su palma caliente. Quedé sorprendida, aguantando la respiración, con miedo de arruinar ese momento de paz. Sin embargo, él no despertó; su brazo, que estaba sobre mi cintura, incluso me atrajo inconscientemente más cerca.
—No te vayas, Aurora... no te vayas... —me susurraba con su voz ronca, rendida del cansancio.
Él me suplicó de corazón con cada palabra; los ojos se me llenaron de lágrimas. Lo abracé fuerte por la cintura, hundiendo la cara en su pecho, y susurré:
—No me voy, Mateo, me quedo contigo... Cuando todo esto se resuelva, voy a estar contigo siempre...
No sabía si había escuchado lo que dije, solo noté que pareció caer en un sueño profundo. Pasó un largo rato sin que dijera nada. La herida en su brazo seguía sangrando y la cama estaba salpicada de manchas de sangre. Tenía que tratar esas heridas cuanto antes. Busqué la mano de Mateo que estaba en mi cintura, lista para moverla, pero su b