Cuando subieron a Bruno a la lancha, su estado era estremecedor.
La ropa empapada estaba llena de heridas abiertas por cuchilladas, y de cada una seguía brotando sangre.
También seguía expulsando sangre por la boca.
Los guardaespaldas presionaron con fuerza su pecho para que expulsara el agua que tragó cuando se hundió.
Al mismo tiempo, la embarcación avanzó a toda velocidad hacia el muelle.
En esas condiciones, había que llevarlo al hospital cuanto antes.
Por si acaso, yo ya le había pedido a Bruno que me recomendara a un médico de confianza y de buena mano.
Incluso había preparado una base secreta.
Antes de salir por la mañana, ya había contactado a ese médico para que me esperara allí, precisamente por miedo a que ocurriera una situación como esta.
Y ahora, efectivamente, resultaba útil.
Pensándolo bien, el final tan miserable de Bruno era algo que él mismo se había buscado.
Si desde el principio me hubiera creído y hubiera aceptado salir a denunciar los crímenes de Camila, no habrí