Hablando de eso, Carlos y Bruno también eran hombres tercos con el amor; lástima que toda esa devoción la habían puesto en la persona equivocada, condenándose a una tragedia.
La voz del enojadísimo Carlos sonó tensa:
—¿Otra vez te amenazó? ¿Quiere que lo acompañes de nuevo? ¡Maldito! Camila, no tengas miedo. Si no puedes deshacerte de él, yo voy. Voy a contratar un grupo de guardaespaldas para matarlo ahora mismo.
Estaba loco, definitivamente fuera de sí.
Camila jamás se habría atrevido a dejar que Carlos actuara. Después de todo, si él se metía, las cosas podían salirse de su control. Bruno tenía demasiadas pruebas de todo lo que ella había hecho y, si Carlos no lograba eliminarlo y terminaba provocándolo, Bruno podría hacer públicas todas esas evidencias.
Camila claramente también tenía ese temor.
—No hace falta, Carlos. No quiero que tú te metas —respondió rápido—. Para mí, tú siempre has sido muy bueno y honesto. No quiero que tus manos se manchen.
Hay que admitirlo: Camila sabía p