—¿Cómo podría ser así? —Javier me miró sonriendo.
—Nuestra boda va a ser grandiosa, te lo aseguro.
—No. Ahora hay tantos hombres falsos… antes de firmar el acta prometen el cielo y después de casarse ya nada cuenta. No, no, no, quiero que celebremos la boda primero y recién después vayamos a registrarnos.
Javier me observó sin parpadear; en su mirada había algo intenso, difícil de leer. No sabía si me creía. A veces sentía que sí sabía que lo estaba engañando, otras veces parecía ignorarlo todo. Ya no lo entendía. El Javier de ahora era un enigma.
No sabía si todos los hombres eran vulnerables al tono dulce, pero lo intenté. Lo agarré del brazo y le hablé en voz baja:
—Yo quiero que nos registremos después de la boda, ¿sí? Di que sí. Además, mi hermano y tu hermana tampoco se han registrado todavía. Como nuestras bodas van a ser el mismo día, tiene sentido que vayamos todos juntos. Si no me crees, pregúntale a Camila cuándo lo van a hacer. Cuando ellos se registren, nosotros también. ¿