Capítulo 1330
Era Luki.

Estaba abrazando sus propias rodillas, con lágrimas todavía en las mejillas y los ojos rojos. Ese cuerpecito, encogido en el escalón, se veía tan solo que dolía mirarlo. Apenas el auto se detuvo, el niño corrió hacia nosotros.

—¡Papi, papi! ¿Ya vino mami? —preguntó, con la voz temblorosa, tirando del brazo de Mateo, que acababa de bajar del auto. Su voz estaba llena de esperanza.

Sin embargo, hacía apenas unos días me había dicho con sus propios labios que ya no tenía mamá. Era igual que su padre, terco hasta el dolor.

Antes de que Mateo pudiera responder, abrí la puerta y bajé del auto.

—Luki… —susurré.

El niño levantó la cabeza y, cuando me vio, los ojos se le llenaron. Las lágrimas empezaron a caer una tras otra. Me dolió el alma. Corrí hacia él, queriendo abrazarlo.

Pero se escondió detrás de Mateo. Desde allí me miró con tristeza, las lágrimas corriéndole sin parar.

—No llores, Luki —le dije, con la voz temblorosa—. Perdóname, mi amor.

Él se secó las lágrimas con fuerza
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