Carlos me sonrió con ternura.
—Aurora, este año no te he dado nada. Elegí esto especialmente para ti; dime si te gusta.
A estas alturas, cualquier detalle de Carlos ya no me provocaba nada, pero tenía que sostener la farsa. Fingí sorpresa y sonreí:
—¿Todavía te acordabas de comprarme regalos?
Carlos se rio y me despeinó con cariño.
—Claro. Eres mi hermana preferida, ¿cómo te iba a olvidar?
Camila blanqueó los ojos, con desprecio.
Sonreí, abrí el estuche y encontré una pulsera delicada de diamantes.
—¡Dios mío! —dije, con una sonrisa fingida—. Está preciosa. Gracias, hermano.
En eso, Javier se metió de golpe:
—En unos días también te voy a llevar a comprar joyas. Después de todo, en nuestra boda no pueden faltar.
Apenas habló, Camila y Carlos se quedaron con la boca abierta. Por fin, Camila preguntó, incrédula:
—¿Cómo dijiste? ¿Su boda?
Javier asintió, tranquilo.
—El día que ustedes se casen, Aurora y yo también vamos a celebrar la nuestra. Así la ocasión va a ser más alegre.
—¿De verda