Javier me observaba fijamente.
Lo tomé de la mano y lo senté en el sofá, luego le separé los dedos y saqué los pedazos de la cruz.
Su mirada era muy compleja.
En la palma, efectivamente, tenía marcas que le dejaron los bordes de la cruz.
—Siéntate un momento, voy a traer el botiquín.
Justo cuando me levantaba, de repente, me atrajo hacia sí y me abrazó con fuerza.
Con voz firme me prometió:
—Aurora, esta es la última vez que te voy a dudar, te lo juro, nunca, nunca más voy a volver a dudar de ti.
—... Está bien.
Le respondí con una sonrisa un poco tímida.
Tal vez mi actitud tan indiferente lo hizo sentirse más incómodo.
Me miró fijamente y dijo, rápido:
—Aurora, no hagas esto, ¿puedes gritarme, enojarte conmigo como antes? Como cuando te peleabas con Mateo. De verdad, este comportamiento me hace sentir que no me ves como tu futuro esposo, solo como un extraño sin importancia.
Lo miré en silencio, con sentimientos encontrados.
En realidad, no quería mentirle, pero tenía que seguir con e