Javier apretó los labios y no dijo nada más, solo bajó la mirada y, con las manos, sacó la cruz de su cuello.
La apretó con fuerza en la palma y me miró fijamente:
—Aurora, ¿qué es lo que quieres hacer?
—No hacer nada. —Le sonreí.
—Solo quería quitarle las dudas a tu hermana.
Hice una pausa y extendí la mano hacia él de nuevo.
—Dámela.
Camila, a un lado, insistió:
—Javier, dásela rápido, quiero ver cómo va a quitar mis dudas.
Javier no dijo nada, solo me miró en silencio.
Con la cara impasible, le respondí:
—Aunque no me la des, de todos modos vas a llevar esta cruz a tu hermana para que la revise, ¿no es así? Al final, si no hay confianza entre nosotros, no hay confianza, no hace falta poner excusas.
Javier apretó las manos con más fuerza; los ojos se le pusieron un poco rojos.
Pasaron unos segundos y suspiró hondo antes de poner la cruz en mi mano.
Bajó la voz, diciendo:
—Aurora, nunca pensé en dudar de ti, la mayoría de las veces la envidia es la que me hace actuar así, ¿lo entiende