Esto no durará mucho.
Mateo, espérame.
Toc, toc, toc...
De repente, se oyeron unos golpes en la puerta, seguidos de la voz tranquila y firme de Javier.
—Aurora, ¿estás despierta? Ya es hora de cenar.
Rápidamente me limpié las lágrimas, respiré hondo para calmarme y respondí:
—Sí, pasa.
Javier abrió la puerta y, al verme, se puso un poco serio.
—¿Otra vez llorando? —preguntó mientras se acercaba y extendía la mano para secarme las lágrimas.
Me las limpié rápido yo misma.
Su mano quedó en el aire unos segundos, y luego sonrió, incómodo.
—Aún tan distante conmigo, ¿eh?
Apreté los labios.
—Perdón… es solo que olvidé muchas cosas del pasado. Aunque los sentimientos sigan ahí, todavía me cuesta acostumbrarme.
—Tómate tu tiempo —respondió, tranquilo. Luego se enderezó y me dijo:
—Vamos, levántate. La cena está lista.
Asentí y salí de la cama.
Me puse un abrigo grueso y lo seguí hacia la puerta.
Apenas dimos unos pasos, su voz sonó, tranquila pero firme:
—¿Por qué estabas llorando?
No se detuv