—¡Papá, cállate!
Lo miré, sin poder creer lo que acababa de decir.
Soy su hija, su hija querida, la favorita… ¿cómo pudo rebajarse tanto? ¿Cómo se atrevió a dejar mi dignidad por el suelo frente a Mateo? ¿Qué diferencia hay entre eso y venderme?
Pero él ni siquiera me escuchó.
—¡No hablemos de eso! Ya no están casados, pero él durmió contigo. ¿No debería haber al menos una compensación por eso? No le pido que me regale esa plata, ¡pero al menos que me lo preste!
Cuando escuché eso, el cuerpo me tembló de rabia.
Las lágrimas no paraban.
Mateo me miró sin expresión, luego giró hacia mi papá y se rio.
—Ella lo hacía de manera voluntaria, le gustaba. Eso depende de ella.
—¿Qué estás diciendo? ¡Maldito...!
Mi papá no alcanzó a terminar cuando Miguel apareció corriendo.
—¡Mateo, rápido! Tu abuela acaba de salir del quirófano, ven ya.
Apenas oyó eso, Mateo apretó la mandíbula y salió corriendo.
Mi papá intentó detenerlo, pero yo lo agarré con fuerza.
—¿Ya basta? ¿Hasta cuándo vas a seguir hac