Javier quedó desconcertado un momento, y le preguntó al grupo:
—¿Qué pasa?
Alan sonrió:
—Nada. Vengan, vamos a brindar. No todos los días Mateo prepara una cena tan grande. Si no comemos, se va a desperdiciar.
Mateo me miró un instante, me tomó la mano y me llevó de vuelta a la mesa.
Javier bajó la mirada y también se sentó.
Después de una pausa, dijo con sinceridad:
—Perdón. No sabía que Camila iba a venir. No imaginé que iba a arruinar el ambiente.
Alan se rio con sarcasmo.
—Eres un gran hermano, ¿eh? Ella hace todo tipo de maldades y tú todavía pides perdón por ella. Si fuera yo, ya habría acabado con una hermana así.
Javier sonrió con amargura.
—¿Y qué puedo hacer? Mi padre me pidió desde niño que la cuidara, que siempre la protegiera. En su lecho de muerte me lo repitió. Si algo le pasa a mi hermana, ni muerto podría descansar. A veces quisiera no tener ese lazo de sangre... pero la sangre no se elige.
Sus palabras despertaron una sensación rara en mi pecho.
Sí, Javier era un buen