Tal como lo dijo Waylon, tal vez esa noche Mateo no iba a morirse, pero nadie aseguraba que no fuera a salir herido.
—¿Qué dices, Aurora? ¿Ya lo pensaste bien? Todavía tienes toda la tarde para decidir. Si aceptas venir conmigo a Valkitlaz, voy a hacer todo lo posible para que nuestra señorita no venga, y también me voy a encargar de explicar la muerte de ese animal. Por supuesto, a tu buen amigo también lo voy a dejar tranquilo.
—¿Por qué insistes tanto en que vaya contigo a Valkitlaz? —pregunté, sin entender bien.
Waylon se rio y respondió con sarcasmo:
—Por supuesto, porque ver a Mateo tan feliz me da envidia. Quiero que viva el resto de su vida con dolor.
—¿Estás enfermo o qué? —no pude evitar insultarlo—. ¿Qué te importa si los demás son felices? Si tanto te gusta sentir envidia, ¿por qué no envidias a todo el mundo? Si no aguantas ver a otros felices, búscate a alguien que te quiera, forma tu propia familia. Lo tuyo es puro trastorno, una enfermedad. No soportas ver a nadie mejor