Lo sabía.
Después de lo de ayer, con Waylon encima de nosotros, era imposible que Mateo se quedara de brazos cruzados.
Pero los que respaldaban a Waylon y a Henry tenían poder e influencia en todo Ruitalia.
Si pensaba plantárseles de frente, ¿qué chance tenía de ganar?
Ellos contaban con guardaespaldas entrenados, contactos y hasta una maldita bestia imparable.
Me dolía el pecho de ansiedad.
No pude dormir.
Solo me quedé mirando por la ventana por mucho tiempo, con la mente en blanco.
De repente, la perilla de la puerta giró.
Me asusté y me levanté de inmediato.
Se abrió la puerta y ahí estaba Mateo, con un abrigo negro y una bolsa con comida en la mano.
Sin pensar, corrí hacia él y lo abracé.
Era pleno invierno y a esa hora, el frío calaba hasta los huesos.
Su abrigo todavía guardaba el aire frío de la calle.
Con una mano sostenía la bolsa y con la otra me acarició la espalda.
—¿Así que te quedaste despierta, esperándome? —murmuró en voz baja.
Me aparté un poco y lo miré a los ojos.