—Lo prometo —asintió Mateo, con seguridad.
Lo abracé sonriendo.
—Entonces yo también me voy a quedar contigo. Ya nunca me voy a ir.
—De acuerdo —respondió, mirándome fijamente—, pero recuerda lo que acabas de decir.
—Claro que me voy a acordar. En cambio tú, si te atreves a echarme otra vez, no vuelvo a hablarte nunca.
—¿Cómo crees? —murmuró, abrazándome fuerte.
—No voy a alejarte de mí. Nunca más.
Cuando terminé de curarle el brazo, ya estaba amaneciendo.
Era curioso.
Cuando Mateo no estaba, me ponía inquieta y no lograba cerrar los ojos.
Pero en sus brazos, el sueño me venció de inmediato.
No sé en qué momento me dormí.
Cuando desperté, ya estaba bien claro.
Lo primero que vi fue a Mateo recostado contra el cabecero, leyendo como siempre.
Me froté los ojos, todavía adormilada.
—¿Qué hora es?
—Pasadas las once —respondió.
—Doña Godines está preparando el almuerzo.
—¿Qué? ¿Las once? —me senté de golpe y tomé el teléfono: once y veinte.
Había dormido demasiado.
—¿Y tú? ¿Por qué no te le