Justo cuando pensé que iban a descubrir el auricular y que mi plan se iba a ir al traste, la camarera, como si no hubiera visto nada, se quedó callada.
Dio dos pasos a un lado y, temblando, le dijo a Waylon:
—Señor... solo... solo lleva un teléfono.
Me sorprendí.
Estuvo pegada a mi oreja, era imposible que no hubiera visto el aparato.
¿Por qué no lo dijo?
¿Será que Mateo previó que Waylon iba a ordenar un chequeo, que yo iba a pedir que me revisara una mujer y, por eso, sobornó a la camarera del lugar?
No se me ocurría otra explicación.
Waylon inclinó la cabeza y miró a la camarera, sonriendo:
—¿En serio?
Su sola sonrisa era espeluznante.
La camarera tembló tanto que casi se cae al piso.
La miré, completamente tensa, temiendo que del susto fuera a delatar el auricular.
Waylon avanzó dos pasos más hacia ella; la pobre ni se atrevía a levantar la mirada.
Bajó la mirada, la observó y dijo en voz baja, casi cantando:
—Te doy otra oportunidad. ¿De verdad no hay nada más en ella? Si te equiv