Le respondí, con una sonrisa sarcástica:
—¡Vaya, qué coincidencia!
Carlos me miró un segundo y luego se inclinó hacia Camila para decirle en voz baja:
—No hables más, descansa bien. Cuidado con abrirte la herida otra vez.
—¿Y cómo voy a quedarme callada? —dijo Camila, con una sonrisa burlona.
—Pues Aurora no viene a verme todos los días, ¿o sí? Tengo que aprovechar para charlar con ella. ¿Verdad? Ah...
De repente, un quejido de dolor salió de su boca.
Miró a Javier, que en ese momento le cambiaba el vendaje.
—Javier, ¿qué hiciste? Me duele... más despacio.
Javier no respondió; siguió en silencio, concentrado en lo suyo.
No sabía si lo hacía a propósito, pero no estaba siendo nada cuidadoso.
Camila se puso pálida y el dolor se le notaba hasta en la respiración.
Carlos, nervioso, se acercó.
—¿Por qué no... por qué no me dejas hacerlo a mí? —propuso, con timidez.
—¿Eres médico acaso? —Javier ni siquiera alzó la cabeza.
—Si se infecta la herida, ¿tú te harías responsable?
Carlos apretó los